CIUDAD DE MÉXICO, 6 de agosto (AlmomentoMX).- Debido a su función de
intercambio económico y a la posibilidad de articulación de relaciones
sociales, los mercados públicos tienen gran importancia en la ciudad y su
transformación muestra las etapas de transición del espacio urbano, señala el
doctor Adrián Hernández Cordero, profesor-investigador de la Universidad
Autónoma Metropolitana (UAM).
En el artículo Los mercados públicos: espacios
urbanos en disputa, el académico del Departamento de Sociología de la Unidad
Iztapalapa refiere que durante la segunda mitad del siglo XX fueron organizados
y cubiertos bajo estructuras de hierro, mostrando que en esa época imperaba la
idea de regular la actividad comercial, así como hacerla higiénica.
Hernández Cordero precisa en su investigación
–que apareció en el número 83 de la Revista de Ciencias Sociales y Humanidades,
editada por esa unidad académica– que un siglo después, la expansión de la
periferia urbana y la desinversión en los centros de las ciudades generaron un
proceso de decadencia en estos espacios, que se agudizó con la introducción de
nuevas formas de consumo propias del capitalismo, entre ellas los
supermercados.
Sin embargo, en las últimas décadas los centros
de abasto son redescubiertos en el contexto de reurbanización y se han vuelto
equipamientos altamente capitalizables en la era neoliberal.
La ciudad de Barcelona resulta un buen ejemplo de
la reconversión de los mercados públicos, sobre todo de aquellos que se ubican
en zonas de alta rentabilidad económica, por ejemplo, el Centro Histórico y los
barrios turísticos.
La apuesta del ayuntamiento de Barcelona ha
consistido en dotar de nuevos usos a los viejos equipamientos alimentarios: el
mercado de la Boquería es la más clara muestra del impulso de las políticas
turísticas que se ha desarrollado en los últimos años, ya que dicho mercado es
uno de los principales atractivos de la capital catalana debido a su
localización céntrica que permite que sea más visitado por turistas que por los
propios pobladores de la localidad, ante la progresiva transformación de los
locales tradicionales, que han dejado de ofrecer alimentos comunes y en su
lugar venden productos gastronómicos.
Otro caso es el del mercado de Santa Caterina,
que se ubica en el barrio de La Ribera también en Barcelona y que originalmente
se erigió como uno de los principales centros de abasto de la ciudad.
Tras un proceso de desinversión desde mediados
del siglo XX, vivió un largo periodo de remodelación que buscó la
transformación socioespacial de su entorno y detonar la actividad turística.
A partir de su reapertura en 2015 la nueva oferta
del mercado de Santa Caterina se caracteriza por poner a la venta además de
productos alimentarios básicos, artículos de tipo gourmet y orgánicos dirigidos
a los sectores de clase media instalados en el Casco Antiguo.
En su investigación el especialista en geografía
urbana ha observado que progresivamente se destina una mayor superficie
comercial a mostradores de degustación, así como a la oferta de productos
artesanales, ecológicos y gourmets que tienen costos superiores a las
mercaderías comunes.
En ambos casos, los mercados dejaron de cumplir
su papel principal de equipamiento público que brinda alimentos a precios
accesibles a los residentes de la zona y de la ciudad, y se han conformado como
espacios excluyentes, dirigidos a satisfacer las demandas de distinción de
turistas y habitantes de clase media.
La experiencia de la capital catalana respecto de
la reforma de sus mercados municipales ha sido paradigmática. Diversos autores
han demostrado cómo los mercados estudiados se han vuelto un referente exitoso
a escala internacional, por lo que se ha asumido como casos dignos de replicar
por parte de gobiernos y la iniciativa privada en diversas latitudes como
Madrid o la Ciudad de México.
Sin embargo, concluye, los mercados se erigen
como espacios de lucha de clases en los que se enfrentan grupos populares para
los cuales la vida en ese espacio es parte de sus mecanismos de supervivencia,
mientras que los nuevos habitantes promueven intereses relacionados con su
calidad de vida. Chocan proyectos políticos que entienden a la ciudad en forma
desigual.