Por Obdulio Ávila
El viernes 3 de febrero falleció a los 98 años de edad don
Lorenzo Servitje Sendra, capitalino que rompió varios techos, límites para los
mexicanos. Un líder de acción positiva.
Hasta el final de su vida rompió techos, rompió la
estadística que señala que el mexicano vive en promedio 74.6 años. Vivió con
creces la tercera y última etapa de su vida; él expresó que los primeros 25
años del ser humano son para formarse, para recibir el apoyo necesario para
salir adelante; la segunda es la de crear, la de formar patrimonio, la de hacer
familia, la del trabajo duro, y es la que corre de los 25 a los 50 años; la
tercera etapa es la de devolver, la de dar, la de la entrega a las causas y al
mejoramiento de la persona humana, y este tiempo corre de los 50 a los 75 años.
Fundador, junto a otros, de Bimbo, otra rompedora de techos,
empresa panificadora número uno en el mundo. Atrás queda el marbete de empresa
más importante de México o de Latinoamérica, es la cima de su ramo en el orbe.
En los 90 se decía que sólo el PRI o la Coca-Cola llegaban a
todos los rincones de nuestro país, pero la frase desconocía por ignorancia o
malinchismo que las camionetas del osito Bimbo también dominaban esas rutas,
sólo que, a diferencia de aquéllas, sus rutas se fraguaron al margen del poder
público o de la bolsa de una poderosa empresa estadounidense.
Don Lorenzo nació, creció, creó, formó y murió en la Ciudad
de México. Fue un producto netamente chilango, pero, por sus frutos y visión,
un hombre universal. Rompedor de moldes y personificador de una vida conforme a
principios, fue un caso excepcional.
Fue un empresario exitoso, de los pocos que lo han sido al
margen de una concesión gubernamental. Además, su empresa construyó altos
estándares laborales, que le permiten ser una de las mejores empresas para
trabajar. La persona en el centro, no como narrativa mercadológica sino como
auténtica preocupación por el capital humano.
Al genuino emprendedor se le emparejó un hondo sentido de
responsabilidad social, observado en el trato personal a sus empleados, las
prestaciones y el entorno construido para ellos, así como un cuidado por
reducir el impacto ecológico de sus empresas.
Fue un gran filántropo y financiador de instituciones, en
proporción a su riqueza personal y a su aportación, el mayor en nuestro país.
Hay muchos que pudieran dar más.
Su excepcionalidad radica en haber logrado ser empresario
exitoso, activo ciudadano, generoso filántropo, y un hombre de familia con una
profunda fe y práctica religiosa.
Una vida exitosa, larga y con posiciones ideológicas
definidas no está exenta de críticas; sin embargo, esto no empaña su legado
como contribuyente a la prosperidad de México y a la ética de las figuras
públicas.
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