viernes, 15 de abril de 2016

¿Conviven libertad y buen gobierno?



En el filo
15 de Abril de 2016
Cada vez que habla públicamente algún integrante de la comisión redactora de la propuesta de Constitución que Mancera pondrá a consideración de la Asamblea Constituyente, da la impresión de que tuviera delante de sí un guión previamente redactado. Todos dicen lo mismo. Argumentan que la Ciudad de México es una de libertades y que ellos no permitirán, bajo ningún concepto, un retroceso a esos derechos ya adquiridos. Qué bueno que lo digan, y ojalá así sea y que se refleje en el texto, pero… y el resto ¿qué?
Para empezar, una Constitución tiene la obligación primerísima de definir un sistema de buen gobierno. Debe articular una estructura de gobierno legitimada que permita forjar consensos entre los habitantes y sus autoridades en turno, además de tomar decisiones en beneficio de los ciudadanos, ejercer honesta y justamente la hacienda pública, normar la participación de los ciudadanos en la definición y conducción de políticas públicas, asegurando que se expresen tanto las mayorías como las minorías. El buen gobierno es, obvio, lo opuesto al mal gobierno. En esta coyuntura, la  mayoría de capitalinos piensan que están siendo gobernados por un mal gobierno, y por un mal gobernante. Las razones son muchas, pero pueden resumirse en el método del gobierno actual basado en ineficiencia, corporativismo, nula planeación, ocurrencias y corrupción.
Entonces, si se trata de construir un sistema de buen gobierno en la Constitución, lo primero que se tiene que hacer es reconocer las razones y orígenes del mal gobierno. La redacción de la Carta Magna capitalina es la oportunidad histórica propicia para ponerle remedio a esa dramática situación. Incluso, antes de que la ciudad sufra un deterioro mayor y, tal vez, definitivo.
Lo preocupante del “método explicativo de su quehacer” de la comisión redactora no es que defiendan las libertades, sino que antepongan éstas a las reformas políticas de fondo que la ciudad requiere para recobrar la gobernanza y confianza perdidas. Escudriñando sus palabras, los redactores aparentemente no piensan plantear profundas reformas político-estructurales, y se escudan detrás del discurso libertario. Es el método de gobierno que la izquierda encontró para afianzar su hegemonía política en la ciudad: ofrecer programas sociales y libertades individuales a cambio de que la gente no reclame el desenfrenado manejo comercial de suelo urbano para provecho privado. De nada le servirá a la ciudad que sus habitantes sientan tener muchas libertades personales, pero silenciados y atrapados de un mar de corrupción e ineficiencia. Y, por favor, que no digan que la corrupción, el centralismo y la falta de planeación urbana son secuela de la herencia cultural priista. Estos fenómenos tienen incentivos racionales y actuales, principalmente de carácter económico.
Los capitalinos enfrentaremos la siguiente oferta. Tendremos una propuesta repleta de aspiraciones y seguranzas libertarias que, al mismo tiempo, cobijará una estructura política retardataria y conservadora (en el sentido de reproducir el centralismo excluyente que actualmente existe).
Y entonces enfrentaremos la siguiente interrogante: ¿es posible construir una ciudad verdaderamente libertaria, cuando las decisiones sobre el territorio que habitamos se toman entre unos cuantos y para beneficio de pocos, sin una auténtica cultura de consulta ciudadana y consenso construido desde abajo y entre todos? Afirmo que no es posible. La libertad y el buen gobierno deben ir de la mano. De no ser así, uno fatalmente cancelará al otro.

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